En Chile, la imagen del profesor sobrecargado se ha convertido en una realidad habitual. El agotamiento del docente no se limita únicamente al cansancio derivado de extensas jornadas, sino que se manifiesta en un desgaste emocional profundo que permea tanto el corazón como la mente. Este fenómeno surge de la presión constante, las tareas administrativas excesivas, el ambiente de violencia en algunas instituciones y la insuficiente protección por parte de los organismos responsables de la educación.
Resulta inquietante que se haya naturalizado una carrera que, además de instruir, obliga al profesor a lidiar con insultos, amenazas y desvalorizaciones tanto de estudiantes como de sus representantes familiares, sin contar con un respaldo adecuado para enfrentar estas situaciones. La autoridad de los docentes, otrora reconocida como pilar fundamental del desarrollo social, se ve hoy mermada no por falta de competencia, sino por un entorno que ha olvidado el carácter colectivo y compartido de la tarea educativa. El aula, que en algún momento fue un refugio del conocimiento, se transforma en ocasiones en un escenario de constantes desafíos emocionales.
Es sencillo demandar excelencia educativa, resultados en evaluaciones estandarizadas o innovación pedagógica. Sin embargo, es esencial cuestionarnos: ¿Qué papel desempeñamos los padres y ciudadanos para que se fomente el respeto hacia los educadores? ¿Qué obligaciones asumimos para salvaguardar el bienestar emocional de quienes se dedican a formar a las futuras generaciones? El cuidado del docente no es una responsabilidad exclusiva del Ministerio de Educación o de los gremios, sino un compromiso que involucra a toda la comunidad. Una institución en crisis refleja igualmente las deficiencias del tejido social que la sustenta.
La experiencia internacional ofrece alternativas valiosas. En Finlandia, por ejemplo, se reduce la carga lectiva para permitir mayor dedicación a la planificación, formación continua y colaboración entre colegas. Asimismo, en países como Canadá y Australia, se han instaurado redes de apoyo que integran a profesores y psicólogos escolares, beneficiando de forma preventiva tanto a educadores como a estudiantes. En India, iniciativas como el programa Saharaline proporcionan canales directos para el soporte pedagógico y emocional, evitando que los docentes se sientan desamparados.
Estos modelos evidencian que atender el bienestar de los profesores es sinónimo de cuidar la educación en su totalidad. ¿Qué tipo de ciudadano se forma cuando se desestima la labor del educador? ¿Qué responsabilidad tenemos cuando no respaldamos a aquellos que buscan establecer límites y brindar un entorno seguro? Es prioritario reducir la carga burocrática para permitir a los docentes concentrarse en el proceso de enseñanza, favoreciendo su desarrollo integral y, por ende, el de la sociedad.
El cambio no se logrará únicamente mediante capacitaciones o talleres de autocuidado, sino a través de un pacto social que reconozca que la educación es una responsabilidad compartida. Es fundamental restituir el respeto a la voz del profesor, proteger su tiempo y garantizar un entorno laboral seguro. Solo así se podrá iluminar el camino de quienes dedican su vida a educar, evitando que el brillo de su labor se vea opacado y comprometiendo el futuro de toda la comunidad.
Autor: Jorge Rojas